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Fuente: Telesur

Autoría: Marcelo Resende

Fecha: Martes, 22 Agosto 2017

La agricultura es sin duda uno de los hitos más importantes de la humanidad.

Surgió durante el período Neolítico o Edad de Piedra, cuando los hombres se dieron cuenta que las semillas puestas en la tierra brotaban y producían plantas que a su vez generaban nuevas semillas. Hecho que permitió la transición de la recolección a la agricultura.

Fue así como estos pequeños reservorios de vida, llamadas semillas, se convirtieron en grandes oportunidades para la humanidad. A partir de ellas el hombre dejó de ser nómada para establecerse en un solo lugar, producir los alimentos necesarios para su consumo y además poder planificar su futuro. Todo esto representó una serie de cambios que siglos más tarde determinarían la cultura, la política y la economía del mundo moderno.

La semilla, elemento clave en el cultivo de la tierra, es la depositaria del potencial genético de las especies agrícolas, además de su valor biológico, es importante entenderla como un patrimonio cultural de los pueblos.

Se trata de un bien sagrado, resultado de las innovaciones populares acumuladas por generaciones de agricultoras y agricultores, que las han conservado, mejorado, intercambiado y utilizado desde épocas ancestrales; adaptándolas a diferentes condiciones geográficas, requerimientos culturales y socioeconómicos de los diversos pueblos y grupos étnicos.

El maíz es un buen ejemplo para entender como las semillas agrícolas son producto de largos procesos. Partiendo de la hipótesis de que: “la necesidad y el gusto hizo que, hace unos diez mil años, campesinos en México domesticaran una hierba silvestre, llamada teosinte” (ALAI, 2016, p.12). Al cabo de mucho tiempo, esta hierba pasó por diversas mutaciones genéticas, que al estabilizarse dieron lugar a una nueva especie: el maíz.

En 1999, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en su publicación: Women: users, preservers and managers of agrobiodiversity, anunció que la humanidad había perdido, a lo largo del siglo XX, 75% de sus recursos fitogenéticos, es decir, las semillas que heredamos de nuestros ancestros.

La pérdida de estos recursos representa una gran amenaza para el mundo ya que afectaría negativamente la capacidad de la humanidad para alimentarse en el futuro, tomando en consideración que según estimaciones seremos 9.000 millones de personas en 2050, de acuerdo al Segundo Informe del Estado de los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura en el Mundo, publicado por la FAO en el 2010.

El cambio climático y la creciente inseguridad alimentaria son grandes desafíos para los sistemas agrícolas del mundo, no podremos superarlos sin la recolección, preservación y el uso sostenible de los recursos fitogenéticos. Esto nos lleva a pensar sobre cuál es el tipo de agricultura y de semilla que necesitamos.

El Director General de la FAO, Graziano Da Silva, durante su discurso en la Cumbre sobre el Clima, celebrada en el año 2014 en la ciudad de Nueva York, plateo una necesaria reflexión: "Tenemos que cambiar a sistemas alimentarios más sostenibles, sistemas alimentarios que producen más con menos daños al medio ambiente, a sistemas alimentarios que promuevan el consumo sostenible…".

Un nuevo modelo

Afortunadamente, América Latina experimenta una revalorización de sus costumbres, de sus tradiciones, de su gastronomía y de sus modos de relacionamiento con la naturaleza, quizás producto de la crisis por las que atraviesan los países y la conciencia que adquieren los pueblos.

Las acciones de conservación y reproducción de semillas de variedades criollas y nativas, la defensa de la calidad de vida, la demanda de los consumidores por alimentos de calidad, inocuos y producidos con bajo impacto ambiental, son fuerzas que impulsan opciones como la agroecología y la agricultura climáticamente inteligente y justifican un proceso de transición hacia una región que apunta a la producción sostenible de alimentos.

En el caso de Venezuela, en los últimos años ha tenido avances interesantes en lo que a su marco jurídico se refiere, en la Constitución de 1999 se estableció la prohibición de patentes sobre el genoma de los seres vivos, se reconoció el derecho a la seguridad alimentaria a través de la agricultura sustentable y se prohibió los derechos de propiedad intelectual sobre conocimientos y prácticas de los pueblos indígenas.

En 2004, el Presidente Chávez declaró que las semillas transgénicas son una amenaza para la salud y soberanía. Desde ese momento aparecen una serie de leyes, planes y políticas públicas orientadas a promover un nuevo modelo productivo sustentable hacia la agroecología, entre ellas la Ley de Salud Agrícola Integral, la Ley de Gestión de la Diversidad Biológica, la Ley del Plan de la Patria y la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, y más recientemente en 2015 la ley de Semillas.

En esta perspectiva, en el año 2015 el gobierno de Venezuela, por medio del Ministerio del Poder Popular para la Agricultura Urbana, solicitó a la FAO acompañamiento técnico para el establecimiento de experiencias en el área de producción y transformación de semillas de hortalizas y legumbres, así como el suministro de semillas agroecológicas.

En la ejecución de esta tarea, FAO trabaja de manera conjunta con el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra de Brasil (MST), movimiento de articulación de los campesinos de ese país, quienes han propiciado un proceso de intercambio de saberes en beneficio de los campesinos y productores venezolanos.

El objetivo de esta estrategia conjunta, es instalar seis unidades de producción de semillas, lo que apunta a robustecer las capacidades organizativas y productivas de los movimientos sociales y comunidades organizadas vinculadas a la agricultura campesina y familiar a pequeña escala.

Como resultados tangibles debo mencionar, la entrega de alrededor de 115Kg de semillas de zanahoria, berenjena, cilantro, cebolla, calabacín y perejil; la capacitación de alrededor de 171 productoras y productores a través del plan de formación técnica de producción de semillas de hortalizas y frutas; y la dotación de herramientas y equipos agrarios para la producción.

A partir de esta iniciativa la FAO colabora en la consolidación de la Política Nacional de Semillas de Venezuela, elemento esencial para el alcance del Nuevo Modelo Económico-Productivo. Siendo este un proceso inédito, cuyo éxito dependerá de la relación armónica entre el ambiente y el bienestar de los seres humanos.

Artículo Original Disponible en: TELESUR