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Dio la vuelta el mundo la noticia que el Director General de la FAO, Jacques Diouf, hizo una huelga de hambre de 24 horas (entre el 13 y 14 de noviembre) en solidariedad con las personas con hambre en el mundo.

A mi entender un gesto de solidaridad con los hambrientos altamente loable, además de responsable con el cargo que ocupa el señor Diouf. Sin embargo, es desafortunado calificar esta acción como una huelga de hambre.

Los diccionarios de la lengua española definen la huelga de hambre como el “Ayuno total voluntario para demostrar la disposición a morir si no se logran los objetivos perseguidos”. Lo que ciertamente no es el caso del acto que nos ocupa, a no ser que la duración del acontecimiento se pueda ponderar por la importancia del personaje que se somete al ayuno voluntario.

Más aún considerando que la huelga de hambre es considerado un acto extremo entre los métodos de reclamo que tienen los obreros, campesinos, pobres en general, para recibir la atención del Estado a sus peticiones. Por tanto una huelga de hambre hace a una relación sociedad civil Estado.

Han existido contadas excepciones de una relación inversa, como las de Gandhi, incluso discutibles en número y duración, pero entre las más recordadas la de 1948 (5 días) a escasos días de su asesinato.

En Bolivia se han presentado dos casos que involucran a las más altas funciones públicas, la del Presidente Siles Suazo en 1956 para defender sus políticas de gobierno y la 1984 (4 días) exigiendo a los sindicatos y al parlamento que lo dejen gobernar; el propio Evo Morales en el 2009 (5 días) contra el parlamento para que aprueben la ley electoral reformada.

En estos casos, además de la definición formal de huelga de hambre como un acto extremo que puede llevar a la muerte, habrá que introducir un criterio político que se podría proponer como una medida que permite el desempate de fuerzas cuando una de ellas se encuentra con focos de tensión que no contribuyen al desempeño de una función de gobierno.

En casi todos los casos, este tipo de actos desde el propio poder, han logrado modificar o establecer normas, recursos e instituciones importantes. Todas ellas dentro del campo de las luchas políticas y por tanto en oposición a organizaciones y grupos de poder plenamente identificados.

Sólo así podríamos diferenciar este tipo de medidas, con aquellas tan recordadas en el en nuestros países como la huelga que iniciaron cinco mujeres mineras en Bolivia, en 1977, y terminó masificándose y derrotando a las dictadura militar de Hugo Banzer.

No solamente por la formalidad del tiempo, sino también por la ausencia de algunas cualidades como la poca información sobre el planteamiento político de la FAO y los sectores en oposición a ella dentro de lo que será la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria, convengamos que aplaudimos el ayuno del presidente de la FAO, pero que éste en esencia no es una huelga de hambre.