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Si bien se cree que este coronavirus tiene un origen zoonótico, como sería el caso del consumo de sopa de murciélagos en mercados chinos, el problema de fondo no pasa por el consumo de animales silvestres, como bien plantea la investigadora Silvia Ribeiro, sino por la misma destrucción de los hábitats de aquellos seres vivos por la agricultura industrial, lo que genera las condiciones para las mutaciones aceleradas de virus. Esto, acompañado del uso y abuso de antibióticos para el negocio de la carne (engorde y prevención de infecciones en animales).

En medio de una pandemia por el denominado coronavirus (COVID-19), el cual tiene a los grandes medios de información comentando sobre el número de personas infectadas, fallecidas y las medidas para detener su expansión mundial (cierre de fronteras, estado de excepción, cuarentena, aislamiento social), se puede ver cómo el foco ha estado puesto en la prevención, contención y búsqueda de tratamiento.

Sin embargo, con respecto a las causas, si bien se cree de que tiene un origen zoonótico, como es el caso del consumo de sopa de murciélagos en mercados chinos, el problema de fondo no pasa por el consumo de animales silvestres, como bien plantea la investigadora Silvia Ribeiro, sino por la misma destrucción de los hábitats de aquellos seres vivos por la agricultura industrial, lo que genera las condiciones para las mutaciones aceleradas de virus. Esto, acompañado del uso y abuso de antibióticos para el negocio de la carne (engorde y prevención de infecciones en animales).

En otras palabras, las causas estructurales, al igual que otros virus (gripe aviar H5N1, gripe porcina H1N1 y la enfermedad de la vaca loca) guardan relación con un sistema agroalimentario que se sostiene en la idea antropocéntrica de que ciertos animales (cerdos, vacas, pollos) son meros objetos para la explotación. En consecuencia, como también plantea el investigador Rob Wallace, estamos cada vez más insertos en un Planeta Granja, en donde el agronegocio lo que busca finalmente es concentrar la producción de alimentos en todo el mundo, sin importarle en lo más mínimo que sea a través de la apropiación de tierras, desforestación y uso de agrotóxicos.

Por consiguiente, el problema va mucho más allá de lo que plantea una mirada salubrista, centrada en la salud pública, sino más bien en cuestionar un sistema de vida actual, que le ha declarado la guerra a la Naturaleza, al creer estar por encima de sus límites. De ahí que urgen políticas que pongan en el centro el cuidado de la vida, que sean capaces de rescatar conocimientos no solo científicos y que permitan crear sistemas alimentarios sostenibles.

Por todo aquello es que la agroecología es la mejor alternativa frente a la agroindustria actual, ya que es capaz de entrelazar saberes provenientes de las llamadas ciencias naturales y ciencias sociales, rompiendo así con la dicotomía cultura-naturaleza. De ahí que conciba al mundo desde una mirada socioecológica, en donde tanto las desigualdades sociales como ambientales sean parte de lo mismo.

Además, la agroecología es el resultado de vínculos con movimientos sociales y organizaciones campesinas, indígenas, de mujeres y trabajadores rurales sin tierra, los cuales conciben la alimentación autónomamente, situada a los territorios, y no como algo externo a ellos, como el negocio de la alimentación nos ha querido hacer creer con sus productos provenientes de distintos lugares del mundo, sin importarle en lo más mínimo la huella ecológica generada.

El caso de la Vía Campesina sea quizás el más notable que exista, ya que agrupa a 200 millones de agricultores, 164 organizaciones repartidas en 73 países, provenientes de África, Asia, Europa y América, en donde se impulsa una agricultura a pequeña escala. De ahí que rechace concepciones reduccionistas y tecnocráticas provenientes de la agronomía, centradas en las innovaciones tecnológicas, que omiten factores institucionales, en donde se juegan las relaciones de poder.

Es por eso que la agroecología fomenta el diálogo intercultural, de manera crítica a los poderes existentes, para rescatar la memoria de distintos pueblos en la historia por miles de años, en relación con cómo han producido sus alimentos. No por nada, aunque la agroindustria busque revertir aquello, concentrando la tierra, los pequeños agricultores son los que generan la mayor parte de la producción agrícola en el planeta, como ha constatado la misma Organización para la Agricultura y Alimentación (FAO), a pesar de que solo tienen el 25% de los territorios.

En síntesis, se hace necesario frenar un modelo agroindustrial, el cual genera tremendos impactos socioambientales y daños irreparables para la salud de los humanos y no humanos, a través de distintas pandemias. Por eso es que la agroecología, más que una alternativa, es una necesidad para afrontar la crisis civilizatoria actual, la cual una vez más se deja ver con la aparición del coronavirus.