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El impacto de la COVID-19 en los agrosistemas de papa de la región andina podría tener efectos sobre la seguridad nutricional y alimentaria de esa región en el mediano plazo si los gobiernos no toman decisiones políticas para fortalecer a los actores de la cadena de ese cultivo y a la agricultura familiar en general, según un análisis que incluyó a Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú, donde el tubérculo es un componente principal de la dieta y los ingresos de las familias agrícolas más pobres.

“Las políticas y medidas de apoyo deberían fortalecer la asistencia técnica en temas productivos y comerciales. Favorecer un mejor acceso a liquidez mediante créditos u otros mecanismos permitiría compensar las pérdidas sufridas por los actores de la cadena, sobre todo las familias de productores, y apoyar la producción en las próximas campañas agrícolas”, dice una de las recomendaciones del análisis publicado en la Revista Latinoamericana de la Papa.

El estudio remarca que la dinámica generada por la pandemia en los sistemas agroalimentarios de papa conduce a un círculo vicioso de disminución de la producción, reducción de las oportunidades de mano de obra agrícola y volatilidad que va más allá de la papa, afectando los precios y consumo de otros alimentos.

Ello, porque la papa es una de las fuentes principales de ingresos y ahorro de la agricultura familiar andina.

El agricultor andino tiene a la papa como el centro de su actividad primaria productiva mientras otras actividades agropecuarias, como la producción de hortalizas y la crianza de ganado menor, son complementarias, explicó a SciDev.Net Santiago Vélez, representante en Bolivia del Instituto Interamericano para la Cooperación en Agricultura (IICA), quien no fue parte del estudio.

 Como recomendaciones generales para hacer frente al contexto de la pandemia y sus efectos sobre la oferta y demanda de alimentos, los autores sugieren que los ministerios de agricultura prioricen medidas dirigidas a la agricultura familiar, o de sobrevivencia, que produce la mayor parte de los alimentos para el consumo interno de los países de la región, e incluye actividades agrícolas diversificadas que contribuyen a garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y la conservación de la biodiversidad.

“Un tema ‘positivo’ de la pandemia ha sido visibilizar la agricultura familiar, porque [en los momentos más álgidos del confinamiento] nunca dejaron de abastecer a los mercados e incluso crearon nuevas formas de distribución”, destaca Miguel Ordinola, uno de los autores del estudio y asesor de proyectos del Centro Internacional de la Papa (CIP) en el Perú.

“Eso nos está indicando que promover, invertir y organizar la agricultura familiar es un punto clave para garantizar la seguridad alimentaria en países como los nuestros”, añade a SciDev.Net.

No obstante, la agricultura familiar conlleva una alta vulnerabilidad. Según el estudio, la pandemia “puede haber afectado de forma crítica la producción agrícola de los pequeños agricultores familiares, convirtiéndose en un ciclo vicioso de bajos precios, bajos ingresos y alta inseguridad alimentaria”.

“Cuando hablamos de productores de pequeña escala tenemos que hablar de las barreras casi estructurales que limitan su incorporación plena a los mercados y, por tanto, su capacidad de generar sus medios de vida y aportar a la seguridad alimentaria del país” Mark Lundy, director de Investigación para Entorno Alimentario y Comportamiento del Consumidor de la Alianza de Bioversity International y el Centro Internacional de Agricultura Tropical.

Mark Lundy, director de Investigación para Entorno Alimentario y Comportamiento del Consumidor de la Alianza de Bioversity International y el CIAT, subraya que el problema va mucho más allá de la pandemia.

“Cuando hablamos de productores de pequeña escala tenemos que hablar de las barreras casi estructurales que limitan su incorporación plena a los mercados y, por tanto, su capacidad de generar sus medios de vida y aportar a la seguridad alimentaria del país”, indica.

Según Lundy, quien no participó en el estudio, para poder lograr y mantener la seguridad alimentaria y nutricional de su población —y no solamente de la gente que puede abastecerse debidamente— el sistema alimentario de cada país requiere de un equilibrio, con soluciones más integradas y más relacionadas con el régimen de producción y comercialización de alimentos, comenzando por fortalecer los circuitos económicos a nivel local. 

Así, cree importante, por ejemplo, mejorar los circuitos logísticos para que los productores puedan acceder a los mercados sin tener que pagar costos tan elevados de transporte. Y en el tema de financiamiento, exhorta a buscar “soluciones creativas”, como fortalecer las organizaciones de productores para que puedan ser sujetos de crédito colectivamente, y trabajar con modelos innovadores para hacer llegar los créditos a los productores.

“Los ministerios de agricultura tienen que repensar mucho su papel porque a veces parece que los ministerios y otros actores del desarrollo se han quedado en el esquema de hace 20 o 30 años”, indica.

Ordinola cree que el concepto de agricultura familiar está avanzando a nivel de las decisiones políticas. “En América Latina varios países han hecho ya cálculos, identificaciones y métodos sobre la agricultura familiar, lo que falta es generar instrumentos más específicos, como mecanismos de financiamiento lo suficientemente flexibles que sirvan a este sector”.

 Para Vélez, efectivamente se necesita “comenzar a innovar en los esquemas alternativos de financiamiento para el productor”, creando estructuras de comercialización que garanticen precios relativamente estables, para así minimizar el riesgo, por ejemplo, vinculando a los agentes que brindan tecnología con las organizaciones de productores, con el sistema financiero y con el mercado.

Se requieren políticas públicas diferenciadas para los sistemas agroalimentarios de subsistencia, afirma, con herramientas muy ligadas al capital de riesgo y a aspectos de innovación y tecnología, entendidas como el diálogo de saberes científico y ancestral, y cogestión del conocimiento, “porque el agricultor familiar tiene necesidades distintas a las de otros agricultores”.

“La pregunta fundamental es qué podemos innovar […] La cogestión del conocimiento tiene que llevar a la mesa de diálogo aquellas prioridades sentidas por todos los actores, no únicamente para un segmento, hay que pensar en visión de cadena de valor y pensando así, revalorizando el conocimiento de todos los actores, podemos lograr que la investigación participativa y aplicada sea mucho más útil para el pequeño y mediano agricultor”, sostiene.

Para finalizar, Lundy exhorta a repensar el gran circuito de alimentación “porque lo hemos dejado muy a la mano del mercado y hemos visto que está fallando, y lo hemos visto específicamente en la pandemia”.