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El día 22 de mayo, en ambientes de la Sala Audiovisual de la Carrera de Sociología de la Universidad Pública de El Alto (UPEA), estudiantes y docentes de esta institución, tuvieron la oportunidad de escuchar alal geógrafo Carlos Walter Porto-Gonçalves, impartir el seminario “El gobierno de Bolsonaro: Ruptura política y violencia en los procesos brasileros”, organizado juntamente al Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS).

El director de la Carrera de Sociología, Benecio Quispe dio la bienvenida a Porto Gonçalves y le explicó que la UPEA, es el resultado de las movilizaciones populares de los alteños. A inicios de los años 2000, llegaron a congregar a 300.000 personas para la creación de esta casa de estudios, que tuvo que seguir luchando para conseguir su autonomía. Además, entre el 2000 y 2005, la carrera de Sociología se cerró e intentaron imponer sobre ella la carrera de “ciencias del desarrollo”, bajo la consigna de que “hay que desarrollar”. Sólo la lucha docente-estudiantil habría logrado consolidar esta carrera universitaria, cuyo salón audiovisual ostenta las figuras de Túpaj Katari y Bartolina Sisa en impresionantes esculturas.

Por su parte, Oscar Bazoberry, coordinador general del IPDRS, explicó sobre el trabajo de la institución en articulación con organizaciones sociales y académicos activistas como Porto-Gonçalves que facilitan la articulación sudamericana, a otros actores y a otras problemáticas referidas al acceso a la tierra y territorio.

Carlos Walter Porto-Gonçalves afirmó sentirse privilegiado por compartir este espacio, y abordó el contexto actual brasilero, desde la emergencia de esta “nueva forma de hacer política” a través de las redes sociales, que habría llevado a Jair Bolsonaro al poder, hasta algunas reflexiones sobre las principales incertidumbres sembradas en temas de suma importancia como la educación, la seguridad social y la demarcación de territorios indígenas.

En un momento importante en la campaña electoral brasilera, Bolsonaro decidió prescindir del tiempo en televisión, era un candidato sin mayor convocatoria; mientras Lula Da Silva concentraba 36% de votación en las encuestas, él no figuraba si quiera. Se preciaba de ser un candidato antisistema y tenía una relación poco consistente con el partido social liberal, es decir, no tenía una tradición política, no estaba articulado a la derecha institucional, se consideraba como un “outsider”. Luego de recibir una puñalada en el abdomen, hecho bien capturado por la televisión, se excusó de participar en los debates electorales, pero no dejó de ser noticia y aparecer en la televisión.

Bolsonaro recoge un sentimiento difuso de la sociedad, el sentimiento de inconformidad ante un sistema político fallido y una generalizada situación desfavorable. Un sentimiento difuso que no termina de asimilar que la opción de izquierda incurriese en las mismas prácticas de corrupción que la derecha, cuando la expectativa no podía ser otra ante la no transformación estructural de la economía y jerarquías sociales en todos los ámbitos, y a la vez, una despolitización bastante consolidada como producto de la falta de presión social y la zona de confort que permitió el poder político a la izquierda.

En la actualidad, la voluntad de gobernar es anti indígena, anti negros, anti mujeres, a la cabeza de una persona de derecha extrema, que ha reproducido el fenómeno ocurrido en Estados Unidos con Trump. Esta “crítica” no teórica, sino estereotipada del marxismo cultural, en contra de las clases populares y diferencias, tiene grandes inversiones en el sistema de seguridad social, y una amenaza permanente al sistema de recaudación, y la distribución en beneficios.  Bolsonaro, no duda en afirmar “ni un milímetro de tierras para indígenas, no están dentro del desarrollo”.

Se trata de una crisis civilizatoria. Aníbal Quijano decía que estamos viviendo una crisis de poder y saber, que tiene 500 años. Entonces, no se trata de una crisis del capitalismo, más que eso, es una crisis del proceso civilizatorio, del cual el capitalismo es parte. Por lo tanto, nuestra crítica tiene que ser al capitalismo y al colonialismo, a la manera de pensar que occidente impuso en nuestras sociedades. Separando la naturaleza de la sociedad, propagando la idea de la dominación de la naturaleza, y el hombre es el centro del mundo. El antropocentrismo no incluye a los negros, indígenas y mujeres. Ese sistema colonizó el mundo, y comprende a la naturaleza en servicio de la dominación, así es como se justifican los proyectos extractivos y desarrollistas.

Porto-Gonçalves se refirió al aporte de la experiencia boliviana al mundo. En los años noventa, parte de tierras bajas hacia la capital política La Paz, la primera marcha indígena, bajo la consigna de la lucha por la vida, dignidad y territorio. El mismo año, se gesta en Ecuador otra marcha que también parte de la Amazonía rumbo a Quito, bajo la misma consigna. Se trataba de marchar desde la periferia de la periferia. A partir de esos hitos, podemos decir que las derechas se quedaron con la libertad, la izquierda con la igualdad y dejaron la fraternidad para los curas. En cambio, aquí en Sudamérica hay vida, dignidad y territorio, desde ahí se construyen muchas propuestas.

Finalmente, el profesor Porto-Gonçalves sugirió no subestimar las fuerzas que emergen de la derecha, no aquella institucional sino aquella que es extrema de hecho, la que conservadora que limita derechos a las mujeres y a los indígenas, y que reproduce el antropocentrismo y eurocentrismo que ha sembrado el colonialismo, y que hoy se reproducen en estructuras de despolitización y consumo para la gran mayoría.