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El pasado lunes 25 de enero se produjo un derrame de petróleo a la altura del kilómetro 441 del tramo II del Oleoducto Norperuano en Baguá, departamento de Amazonas, en el norte de Perú. Nueve días después, el 3 de febrero, se producía otro derrame de petróleo en el ramal Norte del mismo oleoducto en el distrito de Morona, departamento de Loreto.

Ambos derrames, estimados en más de 3.000 barriles de petróleo, afectaron los ríos, los cultivos, la fauna y la flora de una amplia zona de la amazonia peruana, pero además dejaron sin agua, sin alimentos a decenas de comunidades afectadas y provocaron severas enfermedades entre sus habitantes. El Instituto Nacional de Defensa Civil, reconoció que más de 6.000 personas han sido afectadas por la crisis ambiental, aunque las organizaciones sociales en la zona llevan la cifra a 10.000, la mayoría indígenas.

Estos desastres ambientales tuvieron una amplia repercusión a nivel internacional, entre otras cosas, gracias a un mensaje difundido en Twitter por el actor Leonardo Di Caprio donde exhortaba a enviar un mensaje al presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano.

 Varios videos circularon además por las redes sociales y medios de prensa evidenciando el alcance del desastre. Pero no todos los episodios de este tipo alcanzan la misma repercusión y pasan desapercibidos para todo el mundo; salvo para quienes los padecen.

La situación de la infraestructura del Oleoducto Norperuano es cuánto menos preocupante y probablemente desastrosa. Solo en los últimos cinco años este ducto ha sufrido veinte roturas, según un informe del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA). “Los dos últimos derrames no son casos aislados. En anteriores oportunidades se han tenido emergencias similares como consecuencia de fallas en los tramos de dicho oleoducto”, subraya el OEFA.

Hace menos de un año 370.000 litros de petróleo se derramaron también en Loreto. “Es un problema sistémico”, como lo ha definido Clinton Jenkins, biólogo de la conservación del Instituto de Investigaciones Ecológicas, en São Paulo, Brasil. “Estos derrames ocurren de manera regular y las repercusiones no van a desaparecer fácilmente”.

El OEFA afirma que los derrames de crudo se deben al deterioro de Oleoducto Norperuano, operado por Petroperú, cuyas tuberías transportadoras del crudo están corroídas y la empresa estatal no cumple con el mantenimiento preventivo exigido.

Todo hace suponer que los vertidos ocurridos a principio de año no serán los últimos. El propio ministro del Ambiente de Perú, Manuel Pulgar Vidal, se encargó de alertar sobre la posibilidad de que ocurran nuevos derrames. El ministro también pidió a la OEFA que aplique una multa de 59 millones de soles (unos 16 millones de dólares) a la empresa.

Un derrame cada tres meses

Sin embargo es bastante improbable que la empresa termine pagando alguna multa, como lo demuestra la larga historia de derrames petroleros en Perú. En octubre del año 2000 Pluspetrol causó un derrame de 5.500 barriles de petróleo (el doble de lo vertido en los accidentes de este año comentados más arriba) y el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) señaló que ese episodio produciría un impacto ecológico por los siguientes 20 años. Este accidente provocó una de las 12 multas que Pluspetrol recibió por infracciones ambientales sobre 92 sitios impactados que suman un total de 39,4 millones de soles. Pero la empresa nunca los pagó.

Ese incidente de Pluspetrol de octubre de 2000 fue el primero de una larga lista de 60 derrames de petróleo e hidrocarburos registrados por la prensa desde el año 2000 hasta la fecha. El número de incidentes se amplía si se consideran las denuncias realizadas por las organizaciones campesinas e indígenas que no llegan a los medios. Según este tipo de informes por ejemplo, solo la empresa Pluspetrol registró desde noviembre del 2006 a mayo del 2010, 78 derrames de petróleo en los lotes 8 y 1AB, ubicados en la región Loreto.

Estos vertidos se originan no solo por la rotura de oleoductos, sino también por las actividades derivadas de la explotación de los yacimientos, en los accidentes de camiones cisterna en las carreteras, averías en las barcazas que transportan hidrocarburos, en las terminales de carga, entre otros.

Los “accidentes”, como los registrados en Loreto y Amazonas este año, no son “sucesos eventuales” tal como los define la Real Academia Española. Son parte constitutiva del negocio del petróleo. Un episodio de derrame petrolero cada tres meses (solamente en un país y solamente considerando la información de la “gran prensa”) deja de ser una eventualidad para pasar a ser una certeza.

Hoy, como tantas veces en los casos anteriores, las autoridades amenazan con multas y anuncian nuevas exigencias y demandas hacia las empresas. Pero lo cierto es que luego nada cambia. De acuerdo a las estadísticas, tendremos otro derrame de petróleo en la selva peruana antes de que llegue el invierno. Y nuevamente las comunidades que habitan la selva sufrirán los efectos de un negocio que alimenta el confort y el estilo de vida de otros, que viven a cientos de kilómetros de los impactos.

 

Artículo original disponible en: http://www.alainet.org/es/articulo/175970