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Paraguay vive hoy una de las peores tragedias de su historia reciente con las inundaciones provocadas en todo el país por el desborde de sus grandes ríos, pero también el de arroyos y afluentes.

Anualmente por estos meses se registran crecidas, especialmente en los ríos Paraguay y Paraná, las dos grandes arterias fluviales de un país sin costas para dar salida directamente a su producción o recibir las importaciones.

En el centro de Suramérica, la nación guaraní debe exportar mediante esos dos ríos su importante producción de soja, maíz, algodón y otras mercancías del sector agrícola, prácticamente toda en manos de empresas privadas locales y de las transnacionales que las controlan.

Paralelamente, la falta de infraestructura, talón de Aquiles de la economía del país y responsabilidad de gobiernos desinteresados en un modelo de desarrollo nacional, autóctono y no dependiente de intereses foráneos, hacen que ni siquiera pueda aprovechar en toda su magnitud la abundante agua y la importante energía procedente de las grandes hidroeléctricas de Itaipú y Yaciretá, nacidas con el apoyo brasileño y argentino.

La magnitud de las inundaciones de este año, realmente impensable, convirtió lo ocurrido no sólo en un gran desastre de tipo humanitario, sino en expresión palpable de un nivel de pobreza que se quiere negar, pero existe brutalmente y lo peor de todo, para el cual no se avistan soluciones de fondo sino apenas la ilusión de la bondad de los capitales foráneos a cambio de la apertura para ellos de los sectores vitales de la economía en condiciones poco favorables para el Estado.

Al hablar exactamente de lo que ocurre debe señalarse, semanas después de iniciarse el desborde de los rÃ�os, permanecen como damnificados, según datos oficiales, 245 mil 945 personas en todo el territorio a causa de las severas inundaciones que golpearon con preferencia a Asunción y otras ciudades y poblaciones ribereñas.

Por supuesto que la capacidad de respuesta de las entidades oficiales está totalmente rebasada y apenas una estrategia de tipo asistencial insuficiente llega a los muchos miles de familias, buena parte de ellas que vieron perder sus humildes viviendas y sus pocos enseres, además de perjudicar sus empleos casi siempre en la economía informal.

Recorrer hoy Asunción es verla con refugios colapsados donde se amontonan hombres, mujeres y niños en condiciones de alojamiento y sanitarias difíciles, pero también sobreviviendo en construcciones de cartón en plazas centrales y avenidas o peor aún en plena calle.

Esta última eventualidad está reservada especialmente a centenares de indígenas llegados de poblaciones del interior del país que sobreviven gracias a la caridad pública y reclaman continuamente tierras para regresar a sus lugares de origen.

Pero la calamidad más importante es que el futuro se torna incierto pues la Secretaría de Emergencia Nacional considera que el regreso de los damnificados a sus lugares de origen sólo será posible a partir de septiembre cuando las aguas hayan bajado totalmente y pueda removerse el fango dejado por la inundación.

Sin embargo, hasta esa oportunidad parece convertirse en irrealizable a corto plazo después que los especialistas de la Dirección de Meteorología anunciaron el país tiene 80 por ciento de probabilidades de ser azotado por las abundantes lluvias acompañantes del fenómeno climatológico denominado El Niño programado precisamente para septiembre y octubre.

Si ello ocurre como apuntan los técnicos la situación se tornará aun más fea para los más de 83 mil evacuados de las riberas del río Paraguay en su paso por la capital del país, asÃ� como para el resto de los afectados.

En medio de toda esta situación, el gobierno informó al Congreso de los logros obtenidos en su gestión durante el período parlamentario finalizado y asombraron las cifras divulgadas de reducción ostensible de la pobreza y mucho más de la pobreza extrema, la cual sitúa apenas en un 10 por ciento.

Toda esa argumentación se viene abajo con las estadísticas publicadas por las entidades dependientes de la ONU, por supuesto nunca desmentidas por las autoridades paraguayas.

Para el mundo, en realidad, la pobreza en Paraguay alcanza hasta un 49 por ciento de su población y la pobreza extrema ronda el 29 por ciento de ese mismo cálculo, con énfasis en las poblaciones rurales e indígenas y con expresión también en el aumento de la criminalidad en las áreas urbanas.

El problema para quienes quieren negar ese nivel de necesidades graves existentes está, precisamente, en que las macroinundaciones de este año lo sacaron a flote y lo colocaron a los ojos de la opinión pública nacional e internacional.

En realidad, las aguas que avanzaron hasta barrios asunceños, aislaron comunidades indígenas en el Chaco paraguayo, causaron daños en la agricultura y amenazan con volver a iniciar otro proceso de subida con la llegada de El Niño, pero sobre todoreflejan una verdad muy dramática para el pueblo paraguayo.